Las elecciones presidenciales francesas


por Lorenzo Peña y Gonzalo

2017-05-05


Las elecciones presidenciales francesas del 7 de mayo de 2017

por Lorenzo Peña


Este ensayo es propiedad intelectual de Lorenzo Peña y Gonzalo

0. Introducción: la democracia justificativa

Aunque esta bitácora JuriLog va a estar consagrada principalmente a temas de filosofía jurídica --y no de filosofía política--, este primer artículo aborda una cuestión candente de política.

¿Es política o es filosofía política? Las fronteras son, desde luego, difusas; mas, peor que eso, son muy confusas, ya que en rigor un ensayo de política, de pensamiento político, ¿en qué difiere de uno de filosofía política? Posiblemente en el grado de generalidad, pero seguramente también en el estilo (no académico) y en el nivel de compromiso. Al escritor político le es lícito pronunciarse sobre los temas candentes de la lucha política en términos que no disimulen su toma de posición, aunque preferiblemente habrá de hacerlo con buenos argumentos y con un lenguaje claro y sereno.

Desearía que este mi primer artículo en la bitácora JURILOG no fuera interpretado como un panfleto político, ni siquiera como el comentario de un editorialista político. Quisiera ubicarme aquí en el terreno de la filosofía política; mas de una filosofía política aplicada, porque frecuentemente los escritos que conozco de los filósofos políticos hablan sólo en abstracto, sin que el lector (al menos este lector que ahora escribe) sea capaz de ver (salvo por conjetura) cuál sería el impacto de sus teorías para enjuiciar cuestiones candentes de la vida política.

Entro, pues, de lleno en el asunto. Desde la filosofía política que expuse en mi libro Estudios republicanos, concretamente desde el enfoque de la democracia justificativa, ¿qué posición podríamos adoptar con relación a las elecciones presidenciales francesas de pasado mañana? O bien ¿no nos brinda pauta alguna nuestra filosofía política para materias de política concreta como ésta?

De todos modos, ¿qué importa lo que diga yo, pues, no siendo francés, no tengo derecho de voto en Francia --siendo, por otro lado, improbabilísimo (por múltiples motivos) que ningún francés lea estas líneas? (Aun en el inverosímil supuesto de que las leyera, mis consideraciones no lo influirían ni poco ni mucho.)

Justamente por la irrelevancia práctica de mis reflexiones puedo permitirme hacerlas en una bitácora que tiene vocación de ser un foro académico, no un espacio de debate político ni, menos aún, de enfrentamiento partidista (como tienden a serlo las redes sociales).

Recordemos dos puntos esenciales de la democracia justificativa. El primero es el de proteger al elector frente al poder arbitrario de los de arriba. ¿Quiénes son los de arriba? Los poderes fácticos: la clase política, pero, mucho más que ella, la oligarquía empresarial, los decisores económicos (que pueden doblegar fácilmente a cualquier gobierno reticente a sus exigencias), los potentados de los medios de comunicación, el establishment mediático, los altos mandos militares, los controladores del aparato estatal (altos dignatarios gestocráticos que forman cúpulas que se perpetúan a través de la sucesión de gobiernos de uno u otro color).

Esas élites son varias y no forzosamente coincidentes; aun dentro de cada una pueden producirse fraccionamientos, divisiones y pugnas. Sin embargo, una ley de la gravedad tiende a hacerlas coincidir para, juntas, manipular al electorado en pos de sus intereses oligárquicos.

Si califico de arbitrario su poder es porque no se funda en razonamientos. Manejan e instrumentalizan al elector mediante mecanismos múltiples: el sistema electoral; el cedazo por el cual se excluyen candidaturas incómodas (presuntamente «no serias» por carecer de avales suficientes o del dinero necesario para las fianzas, lo cual elimina a quienes desearan acceder a la contienda electoral fuera de los círculos ya encastillados en ella); la manipulación propagandística (no la efímera campaña electoral, sino el sutil o burdo martilleo a lo largo de toda la legislatura, que constituye un lavado de cerebro); las amenazas subliminales («si sale elegida tal candidatura, se desplomará la bolsa, subirá vertiginosamente la prima de riesgo, sufriremos una fuga de capitales y una desinversión masivas, etc»).

A cambio de sufrir ese poder arbitrario de las élites, otórgase al elector otro poder no menos arbitrario, sólo sometido a su antojo: el de depositar en la urna la papeleta que le dé la gana porque sí. (En la mayoría de los países por lo menos se le concede la libertad de no votar; en los más autoritarios, ni siquiera eso.)

Los mecanismos que diseñé en el capítulo V de mis Estudios republicanos están enderezados a contrarrestar y cercenar el poder de las élites, proponiendo un sistema electoral radicalmente distinto de los usualmente practicados, instituyendo la soberanía del cuerpo electoral por la democracia directa de inspiración helvética y responsabilizando a los elegidos para poner fin al cheque en blanco.

Mas, como contrapartida, el elector también habrá de ejercer su enorme poder de manera no arbitraria: tendrá que justificar su voto. Ya nada de votar a Fulano o a Mengano porque sí, porque me da la gana, sino que algo habrá que alegar. Si ese algo es cualquier frase con sentido o si ulteriormente se requerirá un mínimo de pertinencia es asunto que de momento podemos dejar de lado.

1. La opción entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron

Imaginemos que los franceses que votarán pasado mañana vivieran en una democracia justificativa (lo cual es una hipótesis contrafáctica, ya que, hoy por hoy, Francia ni siquiera es una democracia no justificativa, o sólo una poco democrática).

Finjamos, pues, que el votante tuviera que justificar su voto. (No creo, en cambio, que el no votante haya de justificar nada; él se abstiene de ejercer ese poder electoral del cual está investido; la abstención es una omisión y no causa efecto alguno.)

Dejemos de lado a quienes van a no votar. Quienes van a votar lo harán o por Mlle Le Pen o por Emmanuel Macron o en blanco o anulando su voto.

Votar blanco o nulo no son opciones idénticas, pues no surten los mismos efectos. El voto nulo es un voto de protesta, un voto militante de rechazo a los candidatos, que de algún modo implica o conlleva un mensaje de exigencia de otro sistema electoral, que no conduzca a una opción como la de hecho planteada. El voto blanco es, al revés, un voto de humildad, compatible con la duda: ambos candidatos son buenos, mas no sabe uno cuál es mejor y, por ello, en lugar de votar por uno rechazando al otro, se remite al parecer de la mayoría (a la cual se sumará su voto blanco). El sistema no quiere votos blancos ni nulos; pero al menos los blancos son digeribles y juegan el juego.

¿Qué motivos hay para votar por Emmanuel Macron? Para los partidarios del libertarianismo (la teoría del Estado mínimo); para los entusiastas de la economía de mercado; para quienes piensen que la igualdad social no sólo no es un elemento del bien común sino que es un obstáculo a la prosperidad económica; para los paneuropeístas que ambicionan la mayor integración de los Estados miembros de la Unión Europea para formar una gran potencia militar, intervencionista y con músculo económico; para los que desdeñen el modelo social francés al que culpabilizan del declive económico de la República Francesa; para quienes aspiren a abolir o atenuar la protección social a los desfavorecidos; para quienes secunden las guerras de agresión imperialista en el Norte de África y el Cercano Oriente así como una política de enseñarle los dientes a Rusia por los conflictos internos del campo eslavo --aplicando la consigna del difunto Foster Dulles de una política de firmeza al borde de la guerra--; para todos ellos la opción Macron debería ser clara; y, de poder expresar sus motivos, deberían manifestar a las claras que son ésos.

Macron está comprometido a esos objetivos, aunque no siempre los ha manifestado con claridad (sería mucho pedir a un político).

¿Quiénes tienen razones para no votar a Macron? Cuantos no asumen esos objetivos. Tienen tres opciones: voto blanco; voto nulo; votar por Mlle Le Pen.

El voto blanco es, como he dicho, la modosa afirmación de un adepto del sistema electoral indeciso entre unos candidatos. Según mi lectura, porque ambos le parecen buenos, sin saber cuál es mejor --aunque admito una lectura diversa, la de que ambos le parezcan malos, sin saber cuál es peor; sólo que, entonces, ¿por qué no votar nulo, por qué no expresar un voto de rechazo?

Dejo, pues, de lado el voto blanco. ¿Y el nulo? Es una opción que me parece perfectamente válida, pero, en las circunstancias actuales, no la más aconsejable.

Probablemente habrá pocos (o no muchos) votos nulos. La acumulación de votos nulos no estorbará la llegada de Macron al Elíseo. Ni siquiera, en la práctica, se tomarán en consideración, salvo en la primera hora de la proclamación del escrutinio.

Imaginemos que hubiera un 10% de votos nulos, un 30 % para Mlle Le Pen y un 60% para Macron. Salvo en esa primera hora, o en los primeros minutos, lo que se dirá es que Macron ha obtenido el 66'6%, o sea que ha sido elegido por dos franceses de cada tres (independientemente del número de abstenciones, votos blancos y nulos). El quinquenio se abrirá como uno en el cual la abrumadora mayoría de los franceses han confiado en el nuevo presidente Macron.

2. Los seis motivos invocados para votar a Macron

Dadas las razones expuestas en el apartado anterior, el único modo de deslucir la victoria de Macron es votar a su rival.

Sin embargo, aun siendo seriamente contemplada por un número significativo de electores de Mélanchon en la primera ronda, tal opción es anatema para la absoluta mayoría de los biempensantes, para la intelectualidad que piensa bien.

¿Por qué?

(1º) Porque Mlle Le Pen es la candidata de la extrema derecha; algunos llegan a decir, del fascismo.

(2º) Porque el eje de su política es el nacionalismo francés, con un brutal rechazo a la inmigración más una considerable islamofobia.

(3º) Porque sus promesas populistas (coincidentes en sus dos tercios con las propuestas electorales de Mélanchon) son pura demagogia y no las cumpliría de ser elegida.

(4º) Porque es hija de Jean Marie Le Pen, de orígenes posvichisianos, poujadistas, del campo de la Argelia francesa.

(5º) Porque sus socios europeos son otros partidos «populistas» antiinmigracionistas.

(6º) Porque su nacionalismo económico es antieuropeo, siendo perspectivas arriesgadas sus vagas propuestas de aflojar los nexos que ligan a Francia a la Unión Europea (y su todavía más etéreo horizonte de restablecer el franco).

Voy a responder, uno por uno, a esos seis argumentos.

3. ¿Es fascista Marine Le Pen?

¿Es de extrema derecha la Srta Le Pen? ¿Cómo se sabe eso? No por la cara. No porque admire a Juana de Arco. Tal vez por los orígenes del Frente Nacional creado por su padre. Tal vez por sus poco recomendables amistades con el partido de la libertad austríaco y con otras formaciones de similar orientación.

Mas, de fundarse en uno de esos dos motivos, la acusación de extrema derecha nos lleva, respectivamente, al motivo 4º o al 5º.

Es verdad que el Frente Nacional fue, en sus comienzos, una formación que agrupó a nostálgicos de Vichy y acérrimos adeptos del mantenimiento del yugo colonial francés en Argelia, muchos de ellos con una genealogía ideológica que lleva al monarquismo, junto con círculos del occidentalismo intransigente y racista. Pero, puestos a eso, no vale ignorar: (1) que el fundador del actual partido socialista francés, François Mitterrand, fue un vichisiano de tomo y lomo (tardíamente disfrazado de resistente o simpatizante de la resistencia); (2) que el MRP (mouvement républicain populaire), partido vaticanista (del cual emana el «centrista» François Bayrou, uno de los principales adalides de Macron) fue un asilo de vichisianos, si bien se mezclaron con cristianos sinceros que no habían colaborado con el régimen del Mariscal Pétain y algún que otro resistente de confesión católica; (3) que incluso al propio gaullismo no le repugnó albergar en su seno a vichisianos (recuérdese a Papon, pero hubo miles de otros casos que pasaron desapercibidos); (4) que quienes, con torturas y masacres, mantuvieron la Argelia francesa a lo largo de la guerra de independencia argelina fueron precisamente el partido socialista de entonces (la SFIO), el MRP y el propio gaullismo (sólo que, desde 1960, el inteligente y patriota general de Gaulle empezó a percatarse de la necesidad de resignarse al fin del yugo colonial), al paso que ni el Frente Nacional ni sus componentes u originadores estuvieron en el poder.

Pero, sobre todo, mucha agua ha corrido bajo los puentes. Si los orígenes fueran los únicos elementos para calificar a un individuo o a un grupo político, o los criterios decisivos, entonces muy mal parados saldrían casi todos.

Desde luego en Francia la única fuerza que ni cooperó a la instauración del régimen de Vichy ni lo apoyó ni tuvo con él complicidad alguna, la única que se pronunció por la independencia argelina desde 1954, la única que no dio cobijo en sus filas a vichisianos fue el partido comunista francés.

Por lo cual tanta base hay, por razones genealógicas, para decir que es de extrema derecha el Frente Nacional como para decirlo de la UMP (salida de un arrejuntamiento de vaticanistas ex-MRP y de sus enemigos gaullistas junto con algunos otros conservadores) o del partido socialista (el que ha auspiciado al banquero Macron, quien se ha desempeñado como ministro de François Hollande impulsando su política económico-social).

Supongo que no faltan en el Frente Nacional militantes que siguen añorando el legado de Vichy, que tienen inclinaciones ideológicas cercanas a las ideas, p.ej., de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (lefebvristas) etc. ¿Cuántos son? ¿Qué peso tienen? Dícese que la sobrina de Mlle Le Pen, Marion Maréchal Le Pen, cojea de ese pie (o, en cualquier caso, que está más próxima que su tía a las ideas del defenestrado fundador). Es posible. Pero también hay otros personajes del actual Frente Nacional que no son de esa obediencia, agrupados en torno a Florian Philippot, vicepresidente, inaugurador de la tendencia socialmente proteccionista, económicamente estatista (dizque neocolbertiana o neokeynesiana), desligada del conservadurismo católico en temas societales, sin nexo alguno con la herencia ideológica de Vichy. No sabemos (o no sé yo) ni exactamente cuál es su postura doctrinal (ni puedo adivinar su orientación futura); también desconozco su fuerza real dentro del FN (podría ser que Mlle Le Pen se esté sirviendo de él mientras le resulta útil para diseñar su campaña y proyectar una nueva imagen de marca).

En cualquier caso, me resulta sumamente inverosímil calificar como de extrema derecha a una formación en cuya cúspide una de las figuras (la más influyente a la hora de diseñar políticas) es un Florian Philippot y que ha sellado un pacto de gobierno con el republicano gaullista Nicolas Du Pont Aignan (quien accedería a Matignon en el absolutamente improbable supuesto de victoria electoral de Mlle Le Pen).

¿Fascismo? En su magnífico libro sobre la historia del fascismo italiano, el historiador francés Pierre Milza (en coautoría con Serge Berstein) argumenta, con sobrada razón, que fascismo sólo lo hubo, sólo pudo haberlo, en alianza con la alta burguesía, jamás en contra de ella. En los momentos incipientes del movimiento mussoliniano, cuando éste aún no se había deshecho del todo de las tendencias que había heredado del ala radical, maximalista y revolucionaria, del socialismo italiano de comienzos del siglo XX, ese protofascismo no era todavía fascismo, no era lo que luego se ha conocido bajo tal rótulo; y sólo se convirtió en fascismo cuando se despojó de esos resabios, aliándose con la aristocracia latifundista y la gran burguesía. Por otro lado, en sus últimos meses de existencia, acorralado en la republiquita de Salò, Mussolini tuvo veleidades de retomar algo de sus antiguos ideales sociales (de ahí que llamara a ese residual estadejo «República Social Italiana»); un fascismo así, sin la alta burguesía y contra ella, no podía existir (y no llegó a existir; de hecho los alemanes --quienes eran los verdaderos amos del norte de Italia en ese final de la guerra-- vetaron tales medidas socializantes, que apenas se esbozaron).

Ahora bien, Mlle Le Pen no sólo no goza de confianza alguna del gran capital, sino que, desde el comienzo, ha sido el blanco de virulentos y vehementes ataques y estigmatizaciones del MEDEF, el círculo de magnates de la gran patronal.

No es, pues, que --según lo dicen algunos-- la fascista Marine Le Pen no constituya un peligro porque, siendo fascista, no puede llegar al poder salvo con el sostén de la alta burguesía, del cual carece. Es más que eso. Es que no se es fascista sin ese sostén ni, menos aún, contra la oligarquía empresarial. Sea cual fuere la definición de «fascismo» (si es que tal concepto sigue siendo practicable y útil para la comprensión de la vida político-social), un rasgo absolutamente necesario es el de actuar en interés de la gran burguesía y con su apoyo o, al menos, preparar ese apoyo con una política encaminada a conseguirlo y en condiciones propicias para ello.

Por otro lado, ¿existe, entre las propuestas o proclamas del Frente Nacional, alguna que vaya en contra de la democracia, del orden constitucional, o que prefigure --así sea por insinuaciones-- la instauración de un poder tiránico o despótico?

Lamentablemente las libertades democráticas están en Francia recortadas. Las limitaciones son varias: (1ª) la criminalización de cualquier discusión sobre el fallo del tribunal de Nürnberg de 1946 (la justicia de los vencedores sobre los vencidos) y, posteriormente, cualquier duda sobre la calificación de «genocidio» de las masacres de población armenia practicadas en Turquía durante la I guerra mundial (una lista que crece, posiblemente agregando otras matanzas asimismo calificadas de «genocidio» por los diputados y senadores); (2ª) la prohibición de ciertos atuendos, en particular del embozo; (3ª) la estigmatización de los muchachos que rehúsan sumarse a las manifestaciones oficiales en ocasiones de luto colectivo o que tienen reservas mentales frente a la versión oficial de los hechos; (4ª) las medidas restrictivas de la libertad (p.ej. la asignación a residencia forzosa de disidentes con ocasión de reuniones de alta política aprovechando el estado de excepción decretado por motivo de atentados).

Mas el Frente Nacional no sólo no ha propuesto recortar libertades ni suprimir los órganos de elección democrática, sino que la única reforma que propone es la abolición del senado, lo cual constituiría un enorme avance de la democracia. Desde Sieyès en 1789, la verdadera tradición democrática está en contra de una segunda cámara legislativa. El senado es un baluarte de los poderes señoriales, de los cacicazgos, de los notables comarcales; sus actuaciones casi siempre van en un sentido reaccionario, opuesto a la voluntad popular.

4. El antiinmigracionismo del Frente Nacional

Paso al segundo motivo para no votar a Mlle Le Pen. ¿En qué se diferencia realmente la política antiinmigracionista del Frente Nacional de la de hecho aplicada por la UMP y el partido socialista junto con sus respectivos aliados? Absolutamente en nada. Sólo es distinta la retórica.

¿Qué pasa realmente? En París hay muchos hoteluchos de mala muerte, los «meublés», de pésimas condiciones habitacionales, donde mora gente pobre. En algunos de ellos encuentran un alojamiento fugaz inmigrantes indocumentados, «sin papeles». Son personas absolutamente indefensas e inofensivas, que sólo aspiran a encontrar trabajo, en pos de una vida mejor para sí y los suyos, que no hacen mal a nadie. Lo que se les reprocha es pertenecer a la especie humana. En efecto, a los animales no humanos que atraviesan la frontera francesa y se adentran en el territorio galo no se los persigue. Pueden ser aves, pueden ser mamíferos, pueden ser insectos o arácnidos o de otros géneros. Mas, si pertenecen a la especie humana, se los considera ilegales, su estancia está prohibida (por no haber obtenido uno de los visados en regla, que se conceden con cuentagotas).

En plena noche, la policía, con uso de sus armas, hace «une descente» nocturna en esos «meublés», cogiendo por sorpresa a los despavoridos inmigrantes ilegales; vienen esposados, zarandeados, hostigados, a veces pegados, luego encerrados y, por último, atados, metidos a la fuerza en aviones rumbo a un país africano estipendiado para aceptar su entrada (muchas veces rumbo a la cárcel en condiciones infrahumanas).

Ésa es la política real de los demócratas franceses. ¿Acaso Mlle Le Pen exige más que eso? No, no exige más que eso. Sólo esgrime, como argumento propagandístico para soliviantar a sus potenciales votantes, la concurrencia laboral de esos inmigrantes, los imaginarios peligros que conllevan para la seguridad (como si no hubiera más rateros y delincuentes franceses que extranjeros) y el riesgo de un diluirse de la identidad nacional francesa en un multiculturalismo.

Está bien polemizar contra tal absurdas e irracionales ideas. Dudo que ningún autor en el Planeta Tierra haya escrito más sin concesiones que yo a favor de la libertad de emigración e inmigración. Huelga citar mis trabajos. Nadie, pues, más en las antípodas que yo de esa retórica antiinmigracionista del Frente Nacional. Pero desgraciadamente el Frente Nacional dice lo que los otros hacen.

En suma, combatiendo --por mi parte con la máxima energía posible-- el antiinmigracionismo del Frente Nacional, hay que saber que el gobierno del cual ha sido ministro Monsieur Macron ha obrado y obra exactamente en el mismo sentido contra los inmigrantes abusivamente calificados de «ilegales».

5. Mlle Le Pen, populista

Paso al tercer motivo: las promesas de Mlle Le Pen son dizque populistas, pura demagogia; no las cumpliría de ser elegida.

No sé qué es eso del populismo. Si entiendo la palabra, yo soy y me declaro populista, partidario del pueblo (igual que feminismo es ser partidario de la mujer, obrerismo ser partidario de los obreros, progresismo ser partidario del progreso y así sucesivamente).

No me cabe duda de que, en el contrafáctico supuesto de que Mlle Le Pen fuera elegida, no cumpliría sus promesas, porque no la dejarían. La encastillada oligarquía en el poder, el gran capital, los mandos militares, los altos dignatarios de la policía, los servicios secretos y la administración, la partitocracia (a la cual es imposible desalojar del Parlamento), todos a una bloquearían esas reformas y amenazarían a una presidenta que acariciara algún propósito de llevarlas a cabo; propósito seguramente tibio, con una convicción mediocre.

Pero otro tanto cabría decir de Mélanchon y prácticamente de cualquier candidato habido o por haber. Las cosas eran un poco diversas antaño, cuando había un partido comunista fuerte, con una arraigada y muy elaborada ideología anticapitalista, que contaba con un fervoroso apoyo de amplias masas proletarias, un estrecho vínculo con un movimiento internacional del mismo signo y un cierto sostén de los países que habían abrazado oficialmente la misma ideología.

Mas no creo que sea eso lo que quieren decir quienes esgrimen este tercer motivo, sino que piensan que, por parte de Mlle Le Pen, es pura hipocresía formular sus reivindicaciones favorables a las masas populares. ¿Cómo lo saben? Quizá gozan de un sexto sentido, una intuición, un instinto, un don de la adivinación o del augurio, una bola de cristal. Yo no dispongo de nada de eso. Sólo de la percepción (una combinación de los cinco sentidos) más el razonamiento (inductivo, abductivo y deductivo).

Por lo tanto, para que me convenza ese tercer motivo es menester que se me demuestre. Y quienes alegan esa insinceridad no hacen esfuerzo alguno por demostrarla. Ellos «saben» que es así y basta.

En cualquier caso, como es seguro que Mlle Le Pen no será elegida, el voto a su favor es un voto a favor de una parte de sus propuestas; no necesariamente de todas, claro está, porque ni siquiera la mayoría de los votantes de Emmanuel Macron suscriben la totalidad de su programa electoral. Se está en un dilema y se escoge el mal menor. Y, unas con otras, pese a su repugnante antiinmigracionismo, las propuestas de Mlle Le Pen constituyen el mal menor (porque ni siquiera es que Macron proponga ninguna suavización, ningún alivio de la feroz y cruel represión contra los inmigrantes dizque ilegales).

6. Los orígenes del Frente Nacional

Paso al motivo 4º. Mlle Le Pen es hija de su padre; es más, si no hubiera sido por el fortísimo apoyo de su padre, es muy dudoso que hubiera accedido a la presidencia del Frente Nacional.

Es lista, no es inculta; pero, como oradora, no llega a la suela de su progenitor (ni siquiera tiene la soltura de dicción de su sobrina). La inteligencia y la astucia políticas de su padre no las ha heredado. Su trayectoria está marcada por la de su predecesor en la presidencia del Frente Nacional.

Mas ver sólo eso es olvidar que la vida evoluciona, que todos evolucionamos, que también las formaciones políticas cambian y que, por mucho que uno deba a sus predecesores y maestros, cada cual es quien es, tiene su propio itinerario. Un itinerario que a menudo desagrada a los progenitores, quienes siempre desearían hijos clónicos de sí mismos.

Y que conste que a mí la figura del padre --con todas sus aberraciones, con sus disparates, con sus opciones lamentables en muchos casos, con sus orígenes ideológicamente turbios-- me resulta más brillante, mientras que doña Marina Le Pen me parece una figura más anodina, de elocuencia escasa, sin carisma. Pero tales consideraciones son totalmente irrelevantes en el contexto en el que estamos.

7. Las malas amistades del Frente Nacional

5º motivo: las malas amistades de Marine Le Pen en el ámbito internacional. Sí, la Le Pen cultiva buenas relaciones con figuras y grupos odiosos, pero de hecho no pertenece a la extrema derecha europea; no pudo llegarse a ningún acuerdo para incluir al Frente Nacional francés en un grupo de ultraderecha en el parlamento de Estrasburgo/Bruselas, porque las afinidades ideológicas sólo coinciden en el rechazo a la inmigración (por otro lado de hecho aplicado por las formaciones gubernamentales) y nada más.

Hay un océano de distancia entre las tesis «populistas» de nacionalizaciones, redistribución, modelo social, anti-paneuropeísmo y pacifismo del Frente Nacional, por un lado, y el exacerbado occidentalismo, atlantismo, europeísmo y libertarianismo de las formaciones de la derecha radical de los reinos de Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica y los Países Bajos o el partido de la libertad austríaco o la secesionista Liga Norte de «Padania».

En cualquier caso, ¿cuáles son las amistades de Macron? ¿Son mejores los banqueros?

8. El paneuropeísmo

El 6º y último motivo implica que la Paneuropa es buena. He escrito tanto en contra del paneuropeísmo que me resulta enfadoso repetirme aquí.

Considero que es mala la mera idea de una unión europea. Trocear el mundo por continentes es un disparate, con el agravante de que Europa no es un continente. Un continente está separado por mar de cualquier otra tierra emergida. Lo que, convencionalmente, se llama «Europa» es un cacho, arbitrariamente delimitado, del continente afroasiático.

Según lo demostré en mi artículo «L'Europe existe-t-elle?», eso que se llama «Europa» es un agregado puramente enumerativo: es Finlandia más Estonia más Grecia más Luxemburgo más Malta más Chipre más Portugal más ... Lo único que tienen en común esos países es la pertenencia a la especie humana.

En cambio habría integraciones supranacionales legítimas, familias histórico-lingüísticas, cuyos vínculos no serían de mera conveniencia, meros acuerdos de intereses mercantiles y financieros.

O sea, si de veras Mlle Le Pen fuera antipaneuropeísta, tendría mi apoyo en eso. Lamentablemente lo es mucho menos de lo que aparenta. En el fondo son tibias y de medias tintas sus posiciones --en eso y en todo--. Pero peores son las de Emmanuel Macron.

9. Votar a Macron es votar a favor del belicismo

A todo lo ya expuesto agregaré un motivo final. El Frente Nacional se ha opuesto a las guerras de agresión imperialista en las que el neocolonialismo francés ha jugado un papel activo, a veces pionero y ocasionalmente protagónico: Costa Ebúrnea, Libia, Mesopotamia, Afganistán, Libia.

Defiende el legítimo derecho de los pueblos de esos países a ser ellos quienes decidan su futuro político sin sufrir la intervención militar occidental. También aboga por unas relaciones pacíficas con Rusia, al paso que la rusofobia occidental corre el riesgo de acabar desencadenando la tercera guerra mundial que se pudo evitar durante la guerra fría gracias al equilibrio de poderes entonces existente.

El fascismo siempre fue la orientación bélica y conllevó la amenaza de guerra. En el panorama electoral francés, quien representa el campo de la guerra es Macron, no Le Pen.

10. Colofón

Si algún elector francés pasa por estas páginas, decidirá si mis argumentos tienen algún peso. En cualquier caso, ahí quedan.

Eso sí, mi argumentación se aplica a las opciones electorales según se plantean hoy, viernes 5 de mayo de 2017.

El resultado de los comicios ya se conoce de antemano: ganará Macron, el candidato de la finanza, de los banqueros, del gran capital, de las élites mediáticas, de los mandos militares, de los potentados, de los magnates.

Derrotado, el Frente Nacional reconsiderará su política; posiblemente llegará a la conclusión de que no le ha valido de nada cortejar al electorado obrero con políticas sociales y estatistas (ese neocolbertianismo o neokeynesianismo al que aludía más arriba). Y de ahí podrá arrancar una nueva línea de «ressourcement», una vuelta a los orígenes. Esa posible evolución (que, hoy por hoy, es una mera hipótesis) no dará ningún desmentido a mis argumentos.






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